Según la R.A.E., la ejecutividad es la capacidad de lograr el efecto que se desea o se espera.
Muchas decisiones han fracasado por una deficiente ejecución y, peor aún, por una falta de ejecución. No se han sabido llevar a buen puerto los planteamientos. Y es que una cosa es decidir, otra resolver con éxito y, otra distinta, simplemente resolver.
“Si cada departamento hiciera las cosas bien, si mi Jefe me apoyara, si dispusiera de gente más preparada en lugar del equipo que me ha tocado, si no tuviera restricciones presupuestarias, si el sistema informático no fuera tan problemático, si estuviera en otra empresa, … Tal vez la carga de trabajo me impide ir más allá del día a día, …,no sé por dónde empezar,…,mejor dejarlo como está”.
Esta viene siendo la deriva de un buen amigo mío, directivo de un departamento de Customer Service en una empresa del sector alimentario. Su perfil, lejos de ser poco cualificado, viene avalado por su formación (titulado superior en Dirección y Administración de Empresas y Postgrado en Gestión Comercial), experiencia (larga trayectoria profesional en áreas comerciales de empresas acreditadas) y visión de negocio.
Me desgrana los exhaustivos procedimientos que ha diseñado, el sistema de funcionamiento que ha previsto para su gente, … , todo suena perfecto. Parece tener las ideas y los planteamientos claros y bien definidos. Sin embargo, no aplica. Parece que una vez realizada la declaración de intenciones, se pierde en los cómos y no aterriza sus ideas.
Así es que se siente impotente e instalado en una zona de inmovilismo y ya hasta de involución.
¿Qué le puede estar impidiendo pasar a la acción? ¿Cuál es la raíz del problema?
Haciendo un barrido a mi experiencia, me vienen a la mente unas cuantas razones que a menudo he visto detrás de la dificultad de la transformación de los planes en acciones e inhiben una buena ejecución e incluso la misma ejecución:
Entre otras, el acomodamiento, la resignación, la falta de perspectiva, la dispersión, la falta de prioridades, la endogamia vertical (la empresa se reduce a mi departamento) y personal (me reúno conmigo mismo), el miedo al fracaso o el afán de perfeccionismo.
Todas ellas tienen además un común denominador: se hallan cobijadas en el propio yo.
Hay antes que nada un tema de actitud, de voluntad, de querer, de automotivación.
Importante: traslada el DEBO al QUIERO hacer las cosas, ejerce el autoliderazgo. Deja de exportar culpas y convéncete a ti mismo. Toma consciencia de que tú mismo te fijas tus propios límites.
Pero tan importante como esto es contar con las personas, ejercer el liderazgo. En algunos casos el fracaso ha ocurrido porque no se logró previamente la aceptación por parte de las personas que tenían que intervenir en la ejecución.
¿Te quedas a medio camino, o practicas la EJECUTIVIDAD?
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